Historia del jabón

Cuenta una antiquísima leyenda que el agua de lluvia arrastraba
la grasa de los frecuentes sacrificios de animales, y, junto con la ceniza de
las hogueras, llegaba a un río cercano.
Se mezclaba con el agua y se formaba una espuma. Esa espuma tenía una sorprendente
capacidad para limpiar la piel y la ropa
Y lo llamaron jabón.
Hoy en día, muchos siglos después, lo llamamos detergente artesano, detergente ecológico, jabón natural, y tantísimos nombres que sería imposible enumerarlos todos.
Pero lo más importante, es que los jabones naturales, con su alta capacidad para desinfectar y limpiar, ha sido una inestimable ayuda a lo largo de los siglos para salvarnos de enfermedades y librarnos de pandemias. Ya el médico Galeno (130-210 D.C.), que en sus enciclopedias le dedicó un lugar especial a la higiene, opinaba que el jabón curaba algunas enfermedades de la piel.
La primera jabonería europea la construyeron los árabes a finales del siglo X en el Al Andalus. En el valle del Guadalquivir, no había problema de abastecimiento para fabricar un jabón que cuatro siglos mas tarde se conocería como Jabón de Castilla.
Pero hubo que esperar hasta el sigo XVIII, para que se normalizara su uso. Nuestro país, gran productor de aceite de oliva, (una maravillosa grasa para hacerlo), fue uno de los que mas contribuyeron a que se expandiera por toda Europa.
¿Y qué me decís del sorprendente jabón artesano de la antigua China? Hace unos 3.000 años, descubrieron que las cenizas de ciertas plantas, junto con caracolas molidas, tenían la propiedad de eliminar las manchas de la seda clara. Este tipo de jabón fue evolucionando hasta convertir la saponina en lingotes para su venta sobre el año 1.200 D.C. Las tiendas especializadas en la venta de estos lingotes permanecieron abiertas hasta que cerraron bajo el régimen comunista en los años 50 del siglo XX.
Si tuviéramos que realizar una lista con las aportaciones científicas que mas vidas han salvado, el primer lugar no lo ocuparían los antibióticos ni las vacunas, ni siquiera los rayos X. Ese lugar estaría reservado para la higiene. Concretamente, la de las manos.
A mediados del siglo XIX, la muerte por fiebre puerperal (infección adquirida por la parturienta), rondaba entre el 11 y el 30%. Con la simple introducción de lavado de manos, se consiguió reducir la mortalidad por debajo del 3%.
En un mundo donde no se conocían los microbios, la teoría de Ignaz Semmelweiz (médico húngaro que obligó a todos sus discípulos a llevar una escrupulosa higiene para atender los partos), fue calificada de locura, hasta tal punto que éste genial sanitario fue encerrado en un psiquiátrico hasta su muerte.
Así que hoy, gracias a tod@s l@s valientes que lucharon porque la higiene se implantara como "modus vivendi" en nuestras vidas, estamos, como sociedad, en el privilegiado lugar que estamos.
Desde YASELICOR, gracias a tod@s.